Maribel Barreto toca, en esta nueva novela, una parte crucial de nuestra historia colmada de disputas, insurrecciones y levantamientos. Titulada La ciudad rebelde – refiriéndose a Concepción, capital del primer departamento- Maribel cuenta la revolución del 47, su desarrollo, su desenlace y sus consecuencias.
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Tapa del Libro |
Ella ha tocado varios géneros dentro de la literatura, como el cuento, la novela, la literatura infanto-juvenil y el área de libros de textos, porque a su vocación de docente une la pasión por la narrativa.
Ahora, entrando ya en el tema, puedo decir que ésta es una novela experimental, moderna y que está escrita con lineamientos muy actuales. Uno de sus rasgos es la polifonía, el lector comprueba que no hay una narradora omnisciente que cuenta la historia, no, cada personaje toma la palabra y en diálogos con alguna hija o con el marido, va desmenuzando la memoria de los días, aventando las cenizas de las penas que producen las pérdidas que van sufriendo. Se cuentan los pequeños y grandes desaires de los que son víctimas por parte de los vencedores de esa contienda corta pero muy intensa.
Y así, el lector, situado como testigo de esas conversaciones, va hilando su propia concepción de la historia. Ese es el lector macho que deseaba Cortázar, un lector que se involucre, que sienta todo lo que sienten esas mujeres que aguardan el resultado de otra lucha fratricida. Maribel Barreto como autora neutral, retrata la época y el pensamiento de esas mujeres sin recargar las tintas, cosa que hubiera sido fácil, pero ella se refrena y trata de ser lo más objetiva posible, solo muestra la punta del iceberg, como decía Hemingway.
A finales de los 40 las mujeres, las mujeres paraguayas, las de un buen pasar económico que vivían en una ciudad del interior ni imaginaban que podían rebelarse contra esa actitud belicosa de sus hombres, siempre ansiosos por algún combate. No habían conocido a Lisístrata y no se les ocurrió hacer una huelga de sexo para que sus maridos recapaciten.
En menos de 77 años la patria se desangraba por tercera vez. Y ellas, sumisas y discretas, abnegadas, sacrificadas – tal como lo manda el imaginario colectivo paraguayo – quedaban en el hogar a realizar el milagro cotidiano de transformar carencias en alimentos y lágrimas en abrazos protectores.
Aun cuando Porota y otras esposas sufren violaciones, estrecheces, miedos y un descenso social, aun así, ellas, parangonadas a la patria, símbolo del hogar que añoran los guerreros, los esperaron fieles y cariñosas. Los acunaron cuando volvieron exhaustos y humillados, curaron sus heridas externas y las del alma y volvieron a conseguir que la vida continúe.
En La ciudad rebelde las hijas de estas matronas habían visto que sus madres sufrieron mucho y ellas decidieron ser diferentes, tuvieron actitudes más osadas y se animaron a ir en busca de un reencuentro con sus novios sin haber pasado por la iglesia, confiadas en que el sentimiento es más fuerte que cualquier trámite eclesial.
Concepción ya nunca más fue la opulenta perla del Norte, ciudad que se contemplaba en ese rio que la abrazaba, hubo un antes y un después de la Revolución del 47 y sus habitantes nunca dejaron de añorar el pasado aunque sin desdeñar el presente y el futuro.
La ciudad rebelde cubre un vacío en nuestra narrativa y contribuirá a cerrar una herida todavía abierta, es una novela que habla en tono bajo, sin estridencias, una novela muy paraguaya y muy amena.
Por Lita Pérez Cáceres