En Puerto Casado se apiñan 4.500 personas, quienes no tienen nada que hacer.
El día se extiende lánguidamente, las horas se distribuyen entre tomar tereré y tantear suerte con las redes en el río; en ocasiones la suerte se cruza en el camino con la forma de una cabrita extraviada en el monte; otra alternativa es entregar el cuerpo y el alma en las fábricas de cal, en la ribera del departamento de Concepción. Algunas mujeres cruzan a Vallemí con la excusa de vender baratijas.
El comercio termina con el alquiler de su cuerpo. Es una realidad dolorosa que obviamente se intenta ocultar, no son prostitutas en el estricto sentido de la palabra, sino amas de casa que ya no tienen cómo llenar la mesa familiar. Son víctimas de la ausencia de oportunidades laborales. Las mujeres que cruzan ocasionalmente a Vallemí para traer unos guaraníes no son mal vistas en la ciudad; al contrario, un silencio solidario se encarga de guardar las apariencias.
Ni los hombres hablan del tema porque quizás su mujer sea la próxima en verse obligada a utilizar la embarcación que lleva a Vallemí. Conste que Vallemí tampoco es la panacea, la gente apenas vive y la fábrica de la Industria Nacional del Cemento tiene el acceso restringido a personas relacionadas al poder político y sindical.
La ventaja sobre Puerto Casado es que hay trabajo y los beneficios que generan aquellos que tienen una oportunidad laboral se distribuye bien o mal en toda la comunidad.